1. Naranja

1.Naranja




Casi todo era azul. Las paredes y el techo cían. De un tono más oscuro el somier, la mesilla de noche y el armario. Las sábanas eran un mar tranquilo en verano. Las rayuelas del suelo eran blancas. Lo único que no era azul allí.
Ella solía decir que caminaba sobre nubes, rodeada de cielo.
También solía vestir con piezas de ropa azules. Tejanos abajo y cualquier cosa de azul o similares arriba, fuera camisa, camiseta, jersey, o cualquier otra cosa.
Se podía decir que amaba el azul.
Pero también tenía cosas naranjas. Bueno, quizás solo una. Una pequeña caja, que reposaba en su estantería, encima de su cama, en el centro de la habitación.
Dentro de ella, estaban sus recuerdos más preciados.
Fotografías, cartas de amor y recuerdos de tiempo pasados.
La chica llamaba a la caja “Sol”.
Cada domingo por la tarde se sentaba en su cama y observaba el contenido de su sol. O añadía cosas nuevas.
La caja estaba a rebosar. Siempre parecía que no iba a caber nada más. Y siempre terminaba cerrándose con la misma facilidad. Y quedaba justo en el centro del estante, en el centro de su trozo de cielo, aunque ella no reparara en ello.
Dentro había fotos grupales de todos los cursos de la primaria y los que llevaba de secundaria.
Una carta que le había dado su primer novio, cuando solo eran inocentes niños y salir juntos era sinónimo de cogerse la mano.
Un recuerdo preciado de el tiempo pasado al lado de una amiga que en aquellos momentos ya estaba lejos.
Mechones de cabello, que mostraban como de pequeña lo tenía rubio y con el paso del tiempo se había tornado castaño.
Entradas de parques de atracciones, conciertos o espectáculos.
Palabras escritas, muchas palabras escritas, dobladas en minúsculos trocitos esparcidos por el fondo.
Collares, pulseras y anillos que se ponía muy de vez en cuando, pero que no dejaban de ser importantes para ella.
Una rosa que había sido prensada dentro de un libro durante horas.
Una foto de su primer amor platónico. Un cantante que reposaba junto a la rosa.
Y otra de uno real. Fuerte y que aún vivía en su corazón, con la intensidad con la que es capaz de amar una adolescente.
Y otras cosas que podían parecer simples desechos, pero que eran parte de la vida de la niña que hablaba a la nada.
A Kaila le gustaba tirarse en su cama, con los pies asomando y sentir que volaba, con la ventana abierta, para compartir sus sueños con el único que la escuchaba a esas alturas, cuando ya creían que se repetía demasiado.
Nunca se lo había contado a nadie, pero sentía que alguien importante para ella le escuchaba.
Por eso empezó a hablar con el viento. Porque un día una caja de color naranja apareció delante suyo, como venida de la nada. Y una niña de tres años, con una sonrisa en la cara y un gran brillo en sus ojos, a veces grises y otras tantas verdes, la recogió, volviéndola con el tiempo su más grande tesoro.
Debajo de sol había una palabra tallada.
Viento.

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